El 27 de febrero de 2012, al conmemorarse doscientos años del primer izamiento de la bandera nacional en Rosario, Cristina Kirchner desde el palco, y mientras hablaba la Intendente de la Ciudad, arengaba a los presentes con ademanes que no podían pasar desapercibidos. Con rostro desafiante, gesticulando con su boca y agitando su mano izquierda mientras abanicaba con la derecha, espetó un “vamos por todo; por todo” que será recordado como uno de los gestos más antidemocráticos de un presidente desde la vuelta de la democracia. Sin dudas que el kirchnerismo venía hace tiempo deteriorando las instituciones y socavando las bases culturales del sistema republicano, pero este suceso terminó de echar por tierra cualquier esperanza de rectificación del rumbo de un oficialismo que desde el 2003 lograba sumar adhesiones a fuerza de acciones autoritarias. Por las buenas o por las malas.
Durante el primer gobierno kirchnerista Néstor ejerció el poder con mano dura, sacando provecho de la recuperación económica en ciernes lograda por el equipo económico de Eduardo Duhalde que supo capear la tormenta desatada por la salida de la convertibilidad. Pesificación, devaluación y confiscación de depósitos mediante, sumado a una capacidad productiva ociosa instalada durante la década del 90’ lograron poner en marcha a la economía por la simple razón de darles competitividad a las materias primas exportables; competitividad basada exclusivamente en el menor coste en dólares de nuestros productos. El contexto internacional favorable también contribuyó al aumento de las exportaciones que significaron una fuente de enormes recursos para el Estado por vía de retenciones a las exportaciones (un impuesto por exportar). En estas condiciones asumió el poder Néstor Kirchner luego de una insólita abdicación de Eduardo Duhalde y enfilando detrás de la candidatura del entonces gobernador de Santa Cruz a todas las fuerzas políticas que se unieron para evitar la vuelta del menemismo. Aclaramos que se unieron de hecho, ya que luego de la primera vuelta en la que el ex presidente Menem obtuviera un veinticinco por ciento de los votos superando a las demás opciones, los referentes de todas las fuerzas manifestaron su apoyo al hombre del sur para la segunda vuelta, lo que motivó la renuncia de la candidatura del riojano.
Con esa fragilidad asumió el poder Néstor, y tuvo la gran capacidad política de construir una fuerza de centroizquierda que pretendía acabar con los partidos tradicionales. Con la bandera de la “transversalidad” y seduciendo a sectores históricamente enfrentados con el peronismo comenzó a desarmar el poder duhaldista y el de los gobernadores pejotistas. Parte de la estrategia también consistió en respaldarse en los sectores de la otrora izquierda “marxista justicialista” que había quedado desplazada con los triunfos de Alfonsín y de Menem. Fue tal la ingenuidad de las fuerzas políticas que ni siquiera se tomaron el trabajo de mirar al feudo en el que el kirchnerismo había convertido a Santa Cruz. El deseo de acabar con el menemismo fue más fuerte.
Más avezados en las cuestiones del poder, los gobernadores peronistas no aceptaron tan dócilmente el poder kirchnerista, y en sus comienzos resignaron sus pretensiones nacionales con el afán de conservar el poder de sus territorios. Ante ello el kirchnerismo empleó la brutal estrategia del ahogo financiero y el “sometimiento billetera”. Montado en una montaña de recursos provenientes de las retenciones, Néstor Kirchner comenzó a someter uno a uno a los gobernadores peronistas. Fondos públicos bajaban a los distritos sin ningún control de gobernadores e intendentes, alimentando una red de pseudo dirigentes que recibían fondos millonarios por su sola adhesión al gobierno kirchnerista. Esta fue la primera manifestación de la descomposición de las instituciones republicanas que emprendió el kirchnerismo, ya que estos referentes, que no contaban con ningún tipo de legitimación popular vía elecciones, comenzaron a disputarle el “poder real” a las formales y democráticas autoridades provinciales y municipales. Gobernadores e intendentes fueron cayendo uno a uno bajo el poder kirchnerista que comenzó a reclamar espacios de gestión en los diferentes territorios logrando copar ministerios y secretarías que administraban recursos del asistencialismo, respondiendo directamente a la poderosa Ministro de Desarrollo Social Alicia Kirchner. El peronismo auténtico siempre tan verticalmente estructurado, organizado históricamente como una máquina bien aceitada que reconocía y respetaba las construcciones territoriales fue cediendo espacios frente a un kirchnerismo empecinado en romper estas estructuras y acabar con el único partido tradicional que quedaba en pie. El Partido Justicialista. El fracaso de la Alianza ya se había encargado de eliminar al Radicalismo como real alternativa de poder, y el kirchnerismo se aprestaba a hacer lo mismo con el Justicialismo. Néstor Kirchner advirtió a tiempo el desgaste de su figura que ya se encaminaba claramente a confinar su espacio de poder a un núcleo duro del electorado y sacó de la galera la candidatura de Cristina para las elecciones del año 2007. Cristina fue presentada como la dirigente que podía darle un salto de calidad institucional a un kirchnerismo que ya estaba agotando la paciencia de una sociedad que le había permitido muchos atropellos producto del miedo a caer en el vacío de poder del 2001. Por otra parte, Cristina portaba con suficientes antecedentes para confiar en que su gestión podría encauzar las cosas por la senda de la institucionalidad. Nada de eso ocurrió.
El modelo autoritario se consolidó y los desmanejos y negocios salpicados por la corrupción se convirtieron en moneda corriente. A estas alturas el kirchnerismo comenzó a ensimismarse y a proponerle a la sociedad un abismo entre facciones incapaces de dialogar. La muerte de Néstor le abrió la puerta a una corrupción generalizada en todos los estamentos del poder al punto que hasta funcionarios de tercera línea accedían a las prebendas. Cristina era la gran oradora a quienes todos aplaudían mientras sus funcionarios llenaban sus oficinas y sus autos con bolsos de la corrupción. Otra de las consecuencias de la muerte de Néstor fue el fin del sueño de la sucesión matrimonial. Un intento desesperado por conservar el poder fue la pretensión de reformar la Constitución a la que le pusieron freno los sectores filoperonistas encolumnados por De Narváez y Sergio Massa, quienes le propinaron una dura derrota legislativa al kirchnerismo en las elecciones legislativas frustrando la reforma. El 2015 era el fin del kirchnerismo y el sucesor fue especialmente seleccionado para perder. Scioli no era confiable y su posible triunfo podía revivir las viejas estructuras del PJ. Cristina se encargó de sepultarlo. No perdió oportunidad para dejarlo frente a la sociedad como alguien manejable e incapaz (hasta fue reprendido en público en varias oportunidades) a quien la Provincia de Buenos Aires le había quedado grande. Puertas adentro se encargaba de aclarar que Scioli “no era de su palo”. Sin dudas que un triunfo de Scioli era más peligroso para el kirchnerismo que un triunfo de Macri, quien encarnaba el plan original de Néstor de aglutinar a la centro derecha que haría enfilar a la centro izquierda detrás del poder kirchnerista. Era el sueño del fin de los partidos tradicionales que la muerte de Néstor y la imposibilidad de la re-reelección de Cristina echaron por tierra.
LA HISTORIA SE REPITE.
El estrepitoso fracaso de la economía macrista y su incapacidad para conservar el sistema de alianzas que lo llevó al poder volvieron a reflotar el fantasma del kirchnerismo con el mismo argumento que llevó a Néstor al poder. Terminar con el macrismo en el 2019 fue la reminiscencia de terminar con el menemismo en el 2003 sólo que con actores invertidos. En el 2003 quienes le terminaron abriendo la puerta al kirchnerismo fueron los sectores tradicionalmente antiperonistas, y en el 2019 fueron los sectores filo-peronistas. En aquella oportunidad el kirchnerismo aprovechó la ingenuidad antiperonista y antimenemista para poner en crisis al radicalismo y a sus espacios afines. En el 2019 el kirchnerismo ha puesto en coma al peronismo, dejándolo en una crisis terminal producto de una alarmante pérdida de identidad que ha espantado a los sectores más conservadores y auténticos del movimiento. La idea original del kirchnerismo de acabar con los partidos tradicionales se está llevando a cabo mediante la cooptación del Partido Justicialista. La aventura de Cristina con su partido Unidad Ciudadana no ha podido reemplazar al PJ, al que gobernadores e intendentes no quieren dejar por pertenencia histórica, pero sin embargo, débiles y temerosos al poder del kirchnerismo, están consintiendo una colonización sin precedentes del partido del General por parte de sectores ligados al kirchnerismo y abiertamente anti-peronistas. Prueba de ello es que los alfiles de Cristina (Máximo y Víctor Santamaría) se aprestan a tomar el poder del PJ en la Provincia y en la Ciudad de Buenos Aires, además del hecho casi consumado de Alberto Fernández como presidente del PJ Nacional. Si la montaña (el PJ) no va a Mahoma (Cristina); Mahoma va a la montaña.
Ante este panorama reconocidos pensadores y militantes peronistas han comenzado a levantar las voces sobre el peligro de que el PJ sucumba junto con el kirchnerismo, ya que advierten un hecho evidente: el kirchnerismo es por esencia dogmático y autoritario, y expresa a una minoría cada vez más reducida y sesgada a diferencia de un movimiento amplio, pragmático y de masas como es el peronismo. La incapacidad de los gobernadores y de Alberto Fernádez en ponerle límites al poder de Cristina han corrido al PJ definitivamente hacia el extremo kirchnerista, y ya se hace cada vez más difícil diferenciarlos. La aprobación del aborto y el abandono por parte de organismos del Estado que intervienen en causas judiciales vinculadas a la corrupción kirchnerista no hacen más que ratificar que el poder se mueve al ritmo de los intereses de Cristina.
Es de esperar que en este contexto comencemos a ver a numerosos referentes del justicialismo histórico buscando espacios de poder desde donde puedan dar el combate que la cobardía y los intereses personales de gobernadores e intendentes no pueden darle al kirchnerismo. La oposición deberá tener la madurez suficiente para abrirle las puertas a un peronismo republicano cada vez más activo para conformar una fuerza republicana capaz de disputarle el poder a Cristina. Las cartas están echadas y el 2021 puede ser el año de la consolidación del autoritarismo kirchnerista y de su “vamos por todo” o el comienzo de su final.
Por Martín Zuleta, Abogado, Docente

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